domingo, 4 de septiembre de 2011

Y ahora va este cuento del profesor Ramón Santoyo (agárrense)


AGUA


El vino bebido la noche anterior le provocó un pesado malestar en la base del cráneo. Se levantó, se dirigió tambaleante hacia el lavabo, abrió la válvula, unió las manos formando un recipiente y esperó la salida del agua. Ni una gota humedeció su piel, sólo sintió el aire acumulado en las viejas tuberías acariciar sus palmas; apoyó la frente en la fresca superficie del espejo y suspiró. El murmullo lo hizo separarse del cristal, voltear de un lado a otro para ubicar su procedencia, pero no vio a nadie; vivía solo y en ese momento no era posible que alguien estuviera ahí. El susurro se convirtió en palabras y éstas en exaltado reclamo. Volteó hacia todos lados: nada. La voz seguía su perorata. Fue directo a la regadera, giró las llaves y un leve rumor erizó su piel: voz, tono y mensaje magnificaron su sorpresa. Corrió hacia la cocina, abrió los grifos y el griterío golpeó sus tímpanos.

Alfonso cayó al suelo con los ojos muy abiertos; las voces se deslizaron por el tobogán de sus oídos y lo despertaron casi por completo. Por fin escuchó con claridad: “¿Por qué lo hiciste?” La respuesta resonó en el baño. Se levantó, salió con rapidez de la cocina y cerró con fuerza la válvula del lavamanos. “Tú, tú, tú” se oía, entonces, recordó que el fontanero había olvidado eliminar el goteo. No tenía idea de quiénes ni de qué lo acusaban sólo imaginó miles de índices golpear su pecho. El iterar del monosílabo fue desesperante; hizo jiras un trozo de tela, tapó el orificio del grifo y el silencio lo alivió momentáneamente. El pronombre se escurrió como una gota de agua entre el tejido y el estribillo se ubicó en intervalos mucho más prolongados.

El rumor en la tina lo obligó a girar y saltó a ella; cayó en la cuenta de que los manerales estaban completamente abiertos y los cerró con firmeza; pero las voces llenaron la bañera hasta el tope; y cuando comenzaron a repetir los hechos, como si lo hubieran visto todo, Alfonso liberó la boca de alcantarilla y dejó que la terrible condena se fuera por los albañales. Apretó las llaves nuevamente y cuidó que no escapara ni un sonido de la regadera. Abandonó el cuarto de aseo y los gritos que invadían la cocina lo hicieron apresurar el paso y aferrarse a las válvulas del fregadero. Las apretó muy fuerte y la llave izquierda se quedó enredada entre sus dedos. El chorro de voces se elevó hasta el techo y descendió en partículas, como lluvia ácida, sobre él. “Nos jodiste a todos” inundó sus tímpanos; las demás expresiones azotaron su cuerpo y dejaron terribles mensajes tatuados en su piel.

“Nos jodiste a todos”, “Nos jodiste a todos” y el estruendo de voces se apoderó de la cocina y, poco a poco, de la vivienda entera. Alfonso sintió el mareo cuando las palabras penetraron su epidermis y oprimieron su corazón; los latidos tomaron el ritmo del vocerío y el arrepentimiento lo hizo caer al suelo: “Qué hice, Qué hice, balbuceó”. El golpe cerró su consciencia y éste alivió su martirio.

Otros golpes pero en la puerta lo despertaron. Alfonso registró centímetro a centímetro alderredor; lo que vio, lo hizo tambalear y cayó de rodillas. Se incorporó, y como pudo, abrió la puerta. La mirada del plomero escudriñó las pupilas de Alfonso, recorrió su cuerpo y al final se abrió hacia el interior de la casa. Los ojos de Rafael se entrecerraron, apretó los dientes, empuñó la stylson y entró decididamente.











                                                                                      RAMÓN SANTOYO DURÁN          
                                                                   Junio de 2008
                                                                                          Guaymas, Sonora.

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